―La
Solemnidad del Espíritu Santo―
Esta
gran solemnidad nos debe hacer sentir mucha
alegría por el maravilloso don del Espíritu Santo que Dios da la Iglesia
y, por ella, a toda la humanidad. Es justo dar gracias a Dios, siempre y en
todo lugar porque, no solamente nos creó, sino que también nos envió a su Hijo
para salvarnos y, más aún, nos ha colmado con los dones del Espíritu Santo.
Celebrar
Pentecostés es celebrar la Iglesia. El Señor, después de su muerte y
resurrección, envía el Espíritu Santo a los Apóstoles para que ellos prosigan la
obra evangelizadora. La buena noticia es que el Espíritu Santo lo recibimos
todos en el Bautismo y la Confirmación; esto nos alegra y nos debe mover a
sentirnos comprometidos a dar testimonio de la fe. Dicho de otro modo, si
dentro de nosotros vive el Espíritu Santo, toda nuestra vida debe ser conforme
a esa soberana presencia. Si Él nos da dones ―sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad, temor de
Dios― y nos mueve a vivir con sus frutos ―caridad, gozo, paz, paciencia,
mansedumbre, bondad, benignidad, longanimidad, fe, modestia, templanza,
castidad―, el panorama es muy amplio y hermoso; la riqueza que hay dentro de
cada uno es infinita… es Dios mismo presente en mí.
Pentecostés
nos debe hacer pensar muy seriamente qué cuidado tengo yo con mi propia fe, con
mi vida, con la presencia de Dios en mi corazón. Yo no puedo vivir de cualquier
manera, ni ser mediocre en la relación con el Señor. Más aún, la relación con
el prójimo me ayuda a evaluar qué tanto amo yo a Dios, porque, ciertamente, el
trato con mis hermanos indica la calidad de mi amor por el Señor.
Pentecostés
es fiesta de la Iglesia. Es fiesta de todos los bautizados. Piense un momento
si se siente alegre de ser parte de la Iglesia del Señor.
¡Ven
Espíritu Santo!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor de Buga