―La Pascua de un ser
querido ―[1]
Otra vez nos visitó la “hermana muerte” ―como solía
llamarla san Francisco de Asís―. Así es y así será siempre, porque el misterio
de la muerte es y seguirá siendo “el máximo
enigma de la vida humana […]. La semilla de eternidad que en sí lleva, por se
irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos
de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad
del hombre […] Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia,
aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por
Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria
terrestre” (Concilio Vaticano II).
Con esta bella certeza de la fe, expreso mi gratitud
sincera a mi familia, a los sevillanos, a la familia diocesana y al Seminario
Mayor, por su invaluable cercanía en este momento de Pascua. Vuelvo a pensar en
la grandeza del Buen Dios quien nos creó para él y, con amor eterno, nos atrae
hacia Él mismo con una sed de eternidad. Así lo vivimos en la Liturgia Exequial
por Orlay, sencilla y confortadora liturgia que, con la luminosidad del
Espíritu de Dios, nos hace contemplar las fronteras del existir humano. Y esta
grandiosa realidad que nos abre, como el rayo, la luz intempestiva de la
eternidad, la empezamos a vislumbrar desde la temporalidad de nuestra fugaz
peregrinación de amor por el mundo.
Gracias por las palabras de tantos sevillanos
que han conocido a mi familia desde años atrás; una familia que vio el paso del
crecimiento de nuestra Sevilla del alma: los abuelos, los tíos…
Cuánto estremece el corazón del sacerdote
presidir las exequias de sus seres queridos. Se conjugan la fe que profesa la
resurrección y el cielo, los recuerdos que pasan por la memoria como una
secuencia de gratitudes sin fin y la alegría de esperar el cielo prometido.
Y es que para contemplar el Cielo ―el
infinito firmamento de Dios― hay que mirar con gratitud hacia la tierra,
nuestra casa temporal. Hoy lo hago con gratitud por el esforzado trabajo de
Orlay, pues como escribió Óscar Humberto Aranzazu Rendón, fue un “pedagogo
con aspecto de sabio griego”; además le decimos desde el tiempo, “gracias
infinitas en nombre de varias generaciones de sevillanos que tuvimos el
privilegio de ser instruidos y asesorados en nuestros deberes académicos”. Yo
fui beneficiado de su apostolado como
pastor intelectual.
Han pasado el tiempo y muchos de casa han
salido ya a ver al Señor, cara a cara, pero, siempre estará presente mi querida
familia en mi recuerdo agradecido…la puerta de su casa siempre abierta para mí como
signo de ser la casa de todos los que
siempre hemos sido acogidos allí con la alegría de los que viven y de los que
ya se fueron al cielo. Fueron momentos que se grabaron para siempre en la
entraña de mi memoria y de mi corazón sevillano y sacerdotal y que, sin espacio
para la duda, allí estarán aguardando el deseado paso a la celeste patria donde
seremos todos en el Todo, mi Señor.
Cuando presidí la liturgia exequial de mi tío
Orlay, volví a contemplar ―como en un “ventanal
retrospectivo”― gran parte de las dulces memoraciones de mi familia y de la historia de la ciudad de mis
amores ―Mi Sevilla del Valle―; agradecí la generosidad de varias generaciones
que hicieron del servicio a los demás y a la ciudad, su lema y su desvelo.
El Señor lo llamó a su presencia en un día
especialísimo: el día elegido por Él mismo; y esto me sugiere un sutil
pensamiento: siempre es el tiempo oportuno para vivir y para morir. Era
domingo, día de la Pascua del Señor y Él lo llamó en ese día a ser Pascua con Él.
Gracias a todos porque la fraternidad
sevillana nos hace vivir como una familia solidaria y cercana…es consuelo y
apoyo mutuo. ¡Dios les pague!
[1] Con motivo del paso a la
eternidad de mi tío Orlay Trujillo
Arango, ocurrido el domingo 21 de agosto del año 2016, a sus 76 años de
edad.
Buga, agosto 24 de 2016, P.
Rodrigo Gallego Trujillo