(Lucas 14, 25-83)
La prudencia puede resumir
la meditación sobre el Evangelio de este domingo; no siempre somos prudentes
porque creemos que todo lo podemos resolver de la mejor manera según nuestras
propias capacidades y conforme a nuestros gustos. La vida así no funcionaría
bien. Ser prudente equivale a decir lo que se debe, hacer lo que corresponde,
callar lo que no se puede comunicar y evitar siempre el mal. Una persona
prudente sabe dejarse guiar por la fuerza superior del Espíritu Santo quien
inspira palabras, actos y decisiones.
Lo que se opone a prudencia
es la imprudencia (incluso la terquedad) y esto ocasiona muchos males a las
personas; un imprudente puede generar daños irreparable a los demás; se es
imprudente cuando domina en nosotros el egoísmo y las preferencias propias.
Además, el Evangelio nos
está invitando a llevar la propia cruz como el requisito fundamental para ser
un buen discípulo de Cristo. No es cargar un peso con amargura; la cruz de cada
día corresponde a llevar la vida misma, renunciar a todo lo que nos aparta de
Dios y de los hermanos, vivir con seriedad cada jornada y en ella responder por
lo que nos corresponde. Lo contrario sería no hacer la misión confiada y ello
sí que se vuelve una cruz para otros.
Todo lo anterior se puede
resumir como la capacidad de ser sabios según Dios; Dios hace sabio al hombre
cuando éste se deja guiar por su Espíritu Santo: esa persona se vuelve prudente
y sabe vivir la vida con gusto y alegría.
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor
de Buga