(Lucas 15, 1-10)
¡El hijo pródigo! Cuántas
veces hemos escuchado esta página del Evangelio; cuántas la hemos escuchado con
atención; cuántas nos ha tocado el corazón. Siempre que la leemos hay algo
nuevo para nuestra vida espiritual.
Le pedimos al Señor nuestra
herencia; creemos que podemos vivir sin Él, por nuestra propia cuenta. Allí
empieza el verdadero drama del sufrimiento humano. Decidimos irnos muy lejos…
lejos de Dios y ocurre lo que debe pasar: nos rodea y devora la miseria; eso es
el pecado, muerte y miseria. Y es esto lo que parece que nos seduce y gusta; es
la tentación que nos pone el espíritu mundano.
Siempre Dios paciente y
misericordiosamente está esperándonos para que regresemos a casa; estar lejos
de Dios nos produce hambre y ello nos lleva a “comer” cualquier inmundicia que
se nos ofrece. Dios no se cansa de esperarnos; nos espera con su ternura, no
para “recibirnos con un regaño”.
Hay un ejemplo muy grande
en este Evangelio: el hijo menor “entró en sí mismo”, es decir, hizo un examen
de conciencia para llegar a descubrir que se había marginado del amor de su
Padre; debía volver a Él. Este es el principio de la conversión y del cambio de
vida. Esto es lo que nos pide y ofrece el Señor a cada uno de nosotros. Nunca
nos sintamos marginados para el perdón… pero… hay que dar el primer paso…
dejarnos tocar por el amor de Dios.
Hay gran fiesta por un
pecador que se convierte. El Padre hizo una fiesta; es la fiesta del perdón.
No comamos más “basura de
pecado” y, más bien, alimentémonos de los manjares de Dios.
P. Rodrigo Gallego
Trujillo
Rector del Seminario Mayor
de Buga