(Lucas 18, 1-8)
Vuelve el Señor a invitarnos a pensar en la
constancia y calidad de nuestra oración. Debemos convencernos plenamente que la
oración tiene un poder ilimitado. Si orar es hablar con Aquél que sabemos nos
ama, entonces, debería ser siempre frecuente, pues, así como frecuentamos las
personas que amamos o practicamos aquello que más nos gusta, cuánto más nos
debería preocupar por estar hablando siempre con el Señor.
Pero, tantas veces el problema de la oración
no reside en la falta de fe, sino en la falta de constancia en la oración, de
perseverancia, de lucha diaria. Si supiéramos dedicar más tiempo a la oración,
veríamos obras mayores en nuestras vidas. Es clara la enseñanza de Jesús en el
Evangelio de este domingo: orar sin cansarse, orar siempre, orar con
insistencia.
También es bueno pensar qué le decimos al
Señor en la oración; ¿será que sólo pedimos cosas? Es cierto que debemos pedir
y clamar, pero, la oración fundamental debe ser para pedirle al Señor su
Espíritu Santo quien ha de guiar toda nuestra vida. No sólo pidamos; demos
gracias a Dios por tanto amor, tanta bondad, por todo.
No dejemos de lado la oración. ¡Nosotros
debemos comer todos los días para mantenernos vivos! Debemos orar todos los
días para mantenernos vivos en las cosas de Dios.
P. Rodrigo Gallego
Trujillo
Rector del Seminario Mayor
de Buga