(Lucas 19, 1-10)

Zaqueo era un pecador; estaba “subido en el
árbol de su orgullo” y Jesús lo invitó a bajar, lo hizo “aterrizar” para que se
diera cuenta que su camino lo llevaba a la perdición.
Zaqueo comprende que ha faltado gravemente y
por ello quiere restituir a quienes ha defraudado. Este es un deber de justicia
que todo discípulo ―y persona de buena voluntad― debe practicar: devolver lo
prestado, pagar las deudas, restituir cuando hemos causado daño, ser leales a la
verdad, etc.
Zaqueo recibió a Jesús en su casa; Jesús
quiso entrar en ésta y cenar con él. Zaqueo recibió a Jesús, recibió la Vida,
recibió la resurrección. Dicho de otro modo, cuando Jesús llega a la vida de
una persona, toma posesión de ésta y la transforma totalmente volviéndola
luminosa.
Nosotros en la vida tenemos muchas
posibilidades de dejar que el Señor entre y se quede, pero, cuántas veces
también cerramos puertas y ventanas y preferimos quedarnos sin luz y sin aire…
Esa es la muerte y Dios no nos creó para ser amargados o unos muertos que
respiran. Nos creó para amar y para vivir siempre en la luz.
Zaqueo tiene curiosidad de ver a Jesús; pero,
ésta se convirtió en gozo y alegría. ¿Nosotros cómo nos acercamos al Señor?:
con curiosidad o porque es mi Salvador y Dios. Cuántos se acercan a Él porque
se trata de alguien que me puede “dar muchas cosas”; a Él nos acercamos porque
es fuente de salvación y el único capaz de transformar totalmente la vida.
El Señor “nos hace bajar del árbol de nuestro
orgullo y soberbia; mentira y falsedad”. Él quiere venir a todos para hacernos
personas nuevas.
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor
de Buga