(Mateo 5,13-16)
Según las palabras del Señor, somos la sal de la tierra y la
luz del mundo. Esta gran palabra nos recuerda diversos elementos que deben
estar siempre presentes en nuestro estilo de vida: no podemos vivir como si no
conociéramos a Dios; no podemos hacer quedar
mal nuestra condición de bautizados. Si recibimos el Espíritu Santo es para
que nos transforme y seamos para los demás testigos creíbles del Evangelio.
¿Qué hace la sal? La sal da sabor, preserva los alimentos de
la descomposición; su acción es invisible pero necesaria. Así es un cristiano;
debe estar en el mundo para dar el gusto
de Dios, para evitar que fermenten las semillas de la maldad y del Maligno.
Nunca la sal se ve en los alimentos preparados, pero, su acción si se percibe.
Así también debe ser el estilo de vida de un creyente, silencioso, discreto,
sin buscar honores ni complacencias humanas; más bien, escondido en Dios.
La luz se pone en lo alto; nunca encendemos un bombillo
debajo de una cama… siempre la lámpara está puesta en lo alto para que dé luz a
todos los del lugar. Si es así, cuán grave es la misión y tarea de un creyente
en medio de la sociedad al tener que ser un modo de vida intachable y
transparente. Cuando una luz se apaga o un bombillo se funde, pierde su misión
y se desecha… no puede ser así en nosotros porque jamás se puede desechar el
Espíritu Santo que habita en nuestras vidas.
El mundo reclama testigos de Dios para no seguir extraviando
el camino; nos necesita a los hijos de la Iglesia para poder tener el gusto de
vivir y la luz suficiente para llegar a buen puerto.
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor de Buga