(Juan 11,1-45)
El Señor abrirá nuestros
sepulcros. En un sepulcro hay muerte, descomposición, huesos, ausencia de vida.
Aquí hay una clave de vida que nos ayudará a entender la fealdad del pecado.
El pecado no es únicamente
rechazar o incumplir un mandamiento; es más que eso; es la experiencia de
muerte que dejó en nosotros el pecado original y que nos aparte, mortalmente,
del Señor de quien venimos ya hacia donde nos dirigimos. El pecado es desviar
totalmente el camino y ponernos como centro de la vida, desconociendo a Dios.
Vivir en el pecado es creer que en nosotros reside el poder para solucionarlo
todo, arreglarlo todo, dominarlo todo. Es la autosuficiencia soberbia que nos
hace sentir que podemos hacer conquistas perdurables. La historia del hombre
nos ha mostrado lo contrario; cuando nos alejamos de Dios nos hacemos otros Lázaros que olemos a pecado, a muertes,
a descomposición. Qué triste es descubrir que en nosotros, muchas veces, tiene
más fuerza el pecado que la vida de Dios, porque hemos elegido el mal.
¿Cómo salir del sepulcro
que hemos construido por nuestro pecado? Sólo hay una manera: Cristo Jesús. Si
queremos salir de la muerte que necesariamente nos deja el pecado, sólo hemos
de acudir a Cristo y permitirle que sea el único Señor y Salvador. No busquemos
donde no se puede hallar vida; no busquemos beber el agua sucia del pecado que
deja más sed. No cavemos más tumbas, más abramos sepulcros para que de la muerte
brote la vida.
P.
Rodrigo
Gallego Trujillo
Rector
del Seminario Mayor “Los Doce Apóstoles” de Buga