(Juan 9,1-41)
No fijarnos en apariencias.
Gran sentencia que nos presenta la primera lectura de este domingo. Y es que
las apariencias nos hacen ciegos ante la verdad y ante lo que realmente es y
vale de veras delante del Señor.
El ciego de nacimiento nos
plantea una gran respuesta a nuestras preguntas frente a las búsquedas
profundas que hacemos en nuestra vida. La verdad es que tantas veces somos
ciegos porque nos encargamos en apagar la luz del Espíritu Santo invitando a
nuestra vida al pecado y le damos nuestra casa para que la posea y sea amo y
señor.
Sólo puede ver bien quien
tiene la mirada limpia y el corazón purificado de la maldad del pecado; no
puede ver bien quien se amaña en el pecado.
Jesús viene a ser la luz
del mundo; Él mismo lo afirma “Yo soy la luz” (Juan 8, 12). Así, por qué los
cristianos no siempre somos luz del mundo. Si hay una lámpara es para que
alumbre; si hay un cristiano es para que dé testimonio de lo que Dios ha hecho
con él gracias a la presencia del Espíritu Santo.
La Cuaresma es un tiempo
único y especial para “hacernos quitar la ceguera” que produce el pecado; es
tiempo para dejar de ser miopes y
convertirnos en personas de una visión tan aguda que en todo veamos a Dios y
busquemos agradarle de la mejor manera.
Creamos firmemente que el
Señor tiene el poder de devolvernos la visión para contemplar sus maravillas.
P. Rodrigo
Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor “Los
Doce Apóstoles” de Buga