―Alabad al Señor que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa
(Sal 146, 1) ―
Nos enseñaron con las primeras letras que la
música es un sonido agradable al oído; definición cierta y que describe con
simplicidad, un universo abierto para descubrir, universo tan grande como las
posibilidades que se despejan con los cálculos aritméticos.
Empiezo esta breve meditación para entender hoy
al silente acordeón de mi tío Alonso…
Ayer tuve la bella y providencial oportunidad
de visitarlo y celebrar con él los Santos Sacramentos que la Madre Iglesia nos
da para el camino hacia el cielo. ¡Bendito sea Dios! que permitió vivir ese
bello momento que se quedará para siempre en mi en entraña sacerdotal y en la
memoria familiar.
¡Cuánto
hemos de agradecer pues, por la vida familiar, la música que nos hermanó.
¡Cómo no alabar al Señor! Lo encontramos en la
grandeza de una sinfonía; en la sincronía de una coral, en el esplendor de la
ópera, en la sublimidad espiritual del canto gregoriano, en la dicha de los
aires nacionales; y también, ¡claro está¡ en la entrañable música de Sevilla,
“Mi Sevilla”; música que se hizo embajada por muchos años en la mano musical del
tío Alonso y que nos hizo vivir momentos
inolvidables que expresaron lo mejor de nuestra tierra y nos hicieron sentir
“muy sevillanos”. La música siempre logrará expresar en pentagramas de ilusión,
los más ocultos recuerdos y, también, los más recónditos anhelos del alma y los
bellos recuerdos que la memoria nos trae como alimento.
Gracias, buen Dios, Altísimo Señor, por la
música ―admirable signo de tu perfección y sutileza de los espíritus humanos― que
Alonso nos regaló, pues la tiene la misión de elevar el alma hasta las
sinfonías del cielo; de encumbrar el espíritu hasta el Señor de cielo y tierra;
hacer gozar, por la armonía, las intimidades del alma; enamorar los
sentimientos del corazón por la melodía inspirada en lo noble y recto de las
intenciones.
“Todos los días deberíamos oír un poco de
música” (Goethe) y el tío Alonso ahora
disfruta de la eterna sinfonía en la moradas celestes.
Sentimos, ciertamente, que “Aunque la certeza
de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”;
sentencia resumida de nuestra solemne, sencilla y confortadora liturgia
exequial que, con la luminosidad del Espíritu de Dios, nos hace contemplar las
fronteras del existir humano. Y esta grandiosa realidad que nos abre, como el
rayo, la luz intempestiva de la eternidad, la empezamos a vislumbrar desde la
temporalidad de nuestra fugaz peregrinación de amor por el mundo.
La ausencia física no es desaparición; la
sepultura no es cancelación de la memoria; la lápida sólo encierra el signo del
cumplimiento de aquel signo evangélico de que la semilla germina al caer en
tierra; se sepulta para que haya vida…paradoja extraña y doliente, pero,
ciertamente reconfortante.
El Señor lo llamó a su presencia en un día
especialísimo: el día elegido por Él mismo; y esto me sugiere un sutil
pensamiento: siempre es el tiempo oportuno para vivir y para morir.
La siempre Santa Virgen María lo conduzca de su
mano maternal a la presencia del buen Señor.
Gracias a todos porque la fraternidad sevillana
nos hace vivir como una familia solidaria y cercana…es consuelo y apoyo mutuo.
¡Dios les pague!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Buga, agosto 3 de 2018