¿Creo en la vida eterna?
(Juan
6, 51-58)
Comer para
vivir y no vivir comiendo. Con esta frase se resumen muchas actitudes posibles
en la vida de una persona: enfocar su vida hacia Dios o quedarse en los apegos
de este mundo que puede crear esclavitudes grandes y “asesinas”. No es posible
ser feliz, profundamente, si la vida no está llena del Espíritu de Dios; no es
posible una vida bella y alegre si la persona no logra entender que sólo
llenándose del Espíritu Santo se entiende la vida en su magnitud.
Seguimos
leyendo el Evangelio de San Juan y éste nos recuerda nuevamente que el Señor
Jesús “es el pan de la vida” y es el único que puede saciar el alma de vida
auténtica y no artificial.
Para mantener
la salud del cuerpo hay que alimentarse bien; para mantener la vida espiritual
muy bien, es urgente y siempre necesario orar y recibir los Sacramentos. No se
puede ser un buen deportista si no se practica con disciplina un deporte. De la
misma manera, si no se ora con frecuencia, si no se busca la intimidad con el
Señor, si no se recibe con frecuencia la Eucaristía, si no limpiamos lo
profundo de nuestro ser con la celebración frecuente de la Eucaristía, es
posible que nos quedemos “como muertos en vida”. Tenemos todo a mano para vivir
muy bien la vida de Dios y alimentarnos de la mejor manera. No podemos
“enflaquecernos” espiritualmente o “morirnos de hambre” cuando está cerca de
nosotros la fuente de la vida; no podemos morir de sed cuando se vive al lado
del manantial de agua.
No olvidemos
nunca la Eucaristía. Jamás nos la perdamos. Ésta no puede ser un accesorio de
la vida; ella debe ser la máxima expresión de nuestra fe y el mejor alimento.
Así como nos esmeramos siempre por buscar la “comidita” a tiempo, es urgente
adquirir el deseo ferviente de asistir a la Santa Eucaristía como el “banquete
que nos deleita y llena”.
¡Gustemos el
Pan de la Eucaristía!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Rector del Seminario Mayor “Los Doce
Apóstoles” de Buga