(Lucas 5, 1-11)
Las lecturas de este domingo nos indican
bellamente la santidad de Dios (primera lectura) y su santidad ha sido
participada a las personas, particularmente, en el Bautismo que nos ha dado al
Espíritu Santo. Y, precisamente, la santidad del Señor es lo que cada cristiano
debe anunciar al mundo, comunicar a los demás y ayudar a que entusiasme la fe
de tantos.
El Evangelio nos presenta la vocación de los
primeros discípulos y nos indica cómo Jesús, cuando llama, se compromete en la
misión confiada, hasta el final. Toda vida es vocación y toda vocación es vida
para muchas personas, por lo tanto, aquí no se trata sólo de hablar de vocación
sacerdotal, sino, también, de vocación a la vida, vocación a la fe, vocación a
la santidad, pues, en un mundo que pide muchos signos de Dios, es urgente que
los discípulos del Señor nos preocupemos por dar testimonio de lo que Dios ha
hecho en nuestras vidas. No nos podemos callar la grandeza del Señor en
nuestros corazones, ni podemos vivir en un silencio cómplice cuando el mundo,
muy agresivo, ofrece otras alternativas de felicidad, sabiendo que siempre
serán finitas.
Hay una condición… hay que dejar todo para
darle el primer puesto al Señor…hay que buscar siempre la manera de permitir
que el Señor llene el corazón y para esto, es indispensable abandonar las
“barcas” del pecado y las “redes” de la maldad que pueden oprimir mi corazón y
arrebatar la alegría perdurable que sólo puede dar el Espíritu Santo de Dios a
lo más íntimo del alma de la persona.
¡El Señor es sublime y se fija en el humilde!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral San Pedro de Buga