(Lucas 6, 39-45)
Por sus frutos los conocerán. Qué verdad tan
grande la que nos puede ayudar a valorar nuestra vida y para hacer un examen de
conciencia serio y profundo. No es otra cosa que examinar cómo ha sido la
administración de la multitud de dones que el Señor Dios nos ha dado para
hacerlos producir en función de los demás, en el crecimiento de la comunidad y
para el progreso integral de la sociedad.
Nadie se acerca a un árbol que produce frutos
dañados para retirarlos y disfrutarlos… sólo es apetecible aquel árbol que
produce los mejores frutos. Cada vida humana tiene que ser como un buen árbol
y, mucho más, un cristiano quien está llamado a ser luz para los demás y fruto
abundante para todos.
Sabemos ciertamente que los frutos nos da la
medida de quiénes somos y, más aún, cómo proyectamos nuestra vida; de este
modo, también podemos pensar que los frutos nos da una indicación del grado de
responsabilidad con el que vivimos la única vida que tenemos en esta historia;
no se repite, por lo tanto, no nos podemos dar el lujo de volvernos como
aquellos árboles que producen frutos descompuestos al estilo de las “naranjas
agrias” que dan frutos en abundancia pero no son útiles; esto nos puede pasar…
dar frutos, pero amargos, simples o insípidos.
Quien da fruto se vuelve un buen apoyo para los
demás, se constituye en un prójimo que aporta cosas muy buenas a la sociedad y
a la Iglesia; dar frutos nos permite ver con claridad el camino y pensar que
todos estamos invitados a ser apoyo común para otros.
No seamos hipócritas con la propia vida, no
busquemos mirar qué tipo de fruto dan otros; busquemos dar frutos buenos,
sabrosos y que sirvan para los demás.
¡El bueno darte gracias, Señor!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral San Pedro de Buga