(Lucas 10, 25-37)
Jesús, con la parábola del buen samaritano, nos
indica que en la vida tiene que haber decisiones que nos permitan vivir la
misericordia por encima de todo, pues la misericordia es la expresión concreta
del amor que sentimos por el Señor; casi que podríamos decir, que, sin
misericordia, la vida de fe se reduce a un intimismo que no produce frutos que
beneficien a los demás.
Servir a los demás es deber de todo ser humano,
pero servir por amor a Dios, es propio de los discípulos de Cristo Jesús. Y,
mucho más, servir a quien nos ha hecho daño o causado un mal grande, es digno
de una virtud mayor que nos permite vivir muy distinto de cómo vive el mundo.
Es necesario pensar que servir a los demás sin
interés alguno es propio de creyentes; es propio de aquellos que creen en la
bondad providente del Señor.
Servir sin esperar nada a cambio, sólo por el
hecho del amor a Dios, es la clave para ayudar a cambiar el mundo… no es de
personas de fe esperar una recompensa por el servicio hecho a alguien; más aún,
servir a quien “no nos puede pagar” es lo mejor, porque el único que sabrá es
el Señor y es Él quien nos verdadera y duradera recompensa.
En un mundo metalizado, interesado y amante del
dinero, se necesita el testimonio creíble y el coraje convincente de quienes
decimos amar al Señor y servirlo en la Iglesia.
¡Tú, Señor, estás cerca de los que te invocan!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga