(Lucas 11, 1-13)
En el Evangelio de este domingo encontramos una
lección admirable que nos debe motivar a hacer un examen de conciencia serio y
detallado: la oración… ¿Qué tanto oramos? ¿Somos constante en ésta? ¿Creemos lo
que oramos? ¿Oramos con fe? ¿Pedimos con confianza en la oración?
Es urgente la vida de oración pues es como el
ambiente propio donde nos nutrimos de la vida de Dios; es el espacio propicio
para pensar bien la vida y vivirla conforme a la voluntad del Señor; es el
espacio propicio para descansar del cansancio de la vida y la oportunidad para
darnos cuenta de cómo está nuestra conciencia.
Nunca nos podemos cansar de rezar; jamás
podemos sentir pereza de hacer oración y si llegáramos a sentir hastío de la
oración, debemos rezar el doble. Nunca olvidemos que Jesús nos dio ejemplo de
vida de oración constante, para dar gracias, para alabar al Padre Celestial,
para suplicar el perdón para los enemigos, para pedir la fuerza de lo Alto en
medio de la angustia de la vida.
Nos han enseñado que la vida de oración se
define como “hablar con Aquel que sabemos nos ama”; si esto es así, debería ser
una alegría permanente dialogar con el buen Dios, pues estamos nutriendo el
amor que viene a ser la fuerza para vivir, la alegría para servir y la dicha de
sentirnos invitados a la vida eterna.
Hay maneras de orar, pero, siempre hemos de
considerar la Santa Misa como la oración por excelencia, el momento más sublime
de la vida de la Iglesia, la cumbre de la vida espiritual, la fuerza para la
semana que se inicia y la acción de gracias por la semana vivida.
Que el buen Dios nos permita ser personas
enamoradas de la oración y de la vida espiritual; con toda seguridad esto nos
alejará de vicios y pecados y hará de nuestra existencia un don alegre y
agradable a Dios.
¡Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga