(Lucas 10, 1-12. 17-20)
Continúa el Evangelio enseñándonos que es el
Señor quien toma la iniciativa de llamarnos a la fe y a ser sus discípulos,
pero, Él es quien pone las condiciones que, si las cumplimos, podremos llevar a
feliz término la obra que Dios mismo ha iniciado en cada uno de nosotros.
El poder de Dios se manifiesta en cada uno,
cuando, de verdad, hay una buena, íntima y cercana relación con Él. No
olvidemos que el buen Dios siempre se preocupa por hacer que nuestra vida tenga
los dones suficientes para corresponder a lo que Él mismo nos exige.
La Palabra de este domingo nos ilustra el
“método” de Jesús para ir a hacer misión. Y resulta que la misión le
corresponde a todo bautizado; la misión consiste en anunciar a los demás lo que
Dios hace en mi vida, lo que me dice al corazón, lo que me da en la Palabra, lo
que me concede en los Sacramentos. Ser misionero de Dios es típico del
bautizado. Pero, hay una consecuencia muy seria de la misión: dar testimonio y
el testimonio ayuda a que otros se acerquen a la vida de Dios en la Iglesia
Santa. No se puede ser un buen misionero si alejamos a la gente de la
comunidad.
El Reino de Dios está cerca de nosotros; el
Reino de Dios ha llegado. El Reino tiene nombre propio y rostro cercano: Es
Cristo Jesús. Es Él la presencia de Dios Padre entre nosotros. Por eso, aceptar
el Reino de Dios es aceptar que nos colme la presencia soberana y amorosa del
Señor y transforme nuestro ser en una realidad superior que se llama la santidad.
No olvidemos nunca que el Señor necesita de
nuestro apostolado para que su Reino llegue a muchos; son muchos los que aún
viven en tinieblas y en sombras de muerte y claman por la Luz de Dios.
¡Aclama al Señor, tierra entera!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga