Que Colombia es una plutocracia (gobierno de
unos pocos) no hay duda, es una verdad indiscutible, es un
reinado donde los hijos de ex presidentes llamados “delfines”, se sienten
predestinados a ejercer el poder, así como los reyes estaban convencidos, que su
poder tenía un origen divino. Los delfines sienten que son seres sobre
naturales a los cuales hay que rendirles culto y pleitesía. Estos herederos de
la política, creen poseer el don de decidir el destino de todos nosotros.
Ellos, se sienten reyezuelos y sujetos a derechos heredados y perennes, lo
único que falta en esta boba patria, es incluirlos en la Constitución Nacional
y oficializarlos como un derecho adquirido.
No son solo los hijos de los ex presidentes,
los que sienten este llamado divino de preservar el poder, el flagelo se
extiende a los hijos de los Senadores, Representantes a la Cámara, Alcaldes,
Diputados, y hasta Concejales. A la justicia también se extiende el delfinato:
hijos de magistrados jueces y fiscales son herederos en el Poder Judicial. Es
un cáncer que nos carcome, e hizo metástasis en la sociedad y se ve reflejado en
la corrupción rampante. Los delfines sienten que son la natural solución a
nuestros problemas, que nunca han solucionado y que ellos, nacieron con el
derecho a gobernar el país. Para la muestra un botón: de los candidatos a la Alcaldía de Bogotá, dos de
ellos son delfines: uno heredero de Luis Carlos Galán y el otro, Miguel Uribe
Turbay, nieto de Julio Cesar Turbay Ayala presidente (1978-1982). Turbay fue
aquel que acuño la frase "La
corrupción debe darse en sus justas proporciones". Lo más triste de
todo, es que los dos son opcionado, a no
ser que los derrote en las urnas la plebeya Claudia López.
Cuando no existen méritos suficientes, el
delfinato es corrupción. Resulta muy fácil subir y alcanzar el éxito, cuando el
papá es el dueño de la escalera.
Con unas pocas excepciones, en nuestra historia
reciente, los ex presidentes Marco Fidel Suarez, Álvaro Uribe Vélez, Belisario
Betancourt y Cesar Gaviria (que se ganó
la presidencia en el Cementerio), se les colaron a las tradicionales
estirpes, que son las que normalmente ponen presidente. Casi siempre los
presidentes tienen su origen en unas pocas familias, de rancios linajes y
rancios abolengos que han hecho del poder su sitial donde solo pelechan sus tradicionales
apellidos. En este carrusel de apellidos y nepotismo, y después que los padres
han ejercido el poder, inmediatamente siguen los hijos, los nietos y los
bisnietos, que posteriormente ejercen, en una especie de natural sucesión. Casi
nadie cuestiona este hecho tan aberrante.
Todo se percibe tan natural, tan ético y tan
diáfano en nuestra anacrónica "Democracia",
que nadie lo avoca ni nadie dice nada al respecto. Contrario a todo esto el
electorado, que son los que los aúpan siguen alegremente votando por ellos que
son sus opresores. Muchos añoran las cadenas. Y aman a quien los oprime.
Si hacemos un recorrido poco ortodoxo, en la
historia reciente de nuestro país, nos damos cuenta que después que se terminó
el periodo Estados Unidos de Colombia y se estableció la Republica de Colombia,
vino la gran hegemonía conservadora, que se inició con Rafael Núñez. Este periodo se inició en el año 1886 y
terminó en 1930, con Miguel Abadía Méndez: Durante 44 años que duro el partido
Conservador en el poder, todo fue un carrusel e interpolación de apellidos en
el poder. Los Holguín, los Caro, los Ospina, los Restrepo, los Núñez, fueron
los apellidos que gobernaron en este largo periodo. Por una división del
Partido Conservador entre el general Alfredo Vázquez Cobo y Guillermo León
Valencia, perdieron el poder ante el Liberal Enrique Olaya Herrera. Con la
asunción de Olaya Herrera, terminaba la hegemonía Conservadora en 1930. A
partir de esta fecha todo ha sido un gobierno de delfines y casas políticas:
Alfonso López Michelsen, las casas políticas de los Lleras, Alberto Lleras
Camargo, Carlos Lleras Restrepo y el hoy Delfín, su nieto, Germán Vargas
Lleras, los Pastranas, Misael y su “infante
terrible”, Andrés Pastrana Arango. Los Turbay, herederos de Gabriel Turbay, Julio
Cesar Turbay y hoy su nieto candidato a la Alcaldía de Bogotá, Miguel Uribe
Turbay, hijo de Diana Turbay vilmente asesinada durante su secuestro. Un pueblo
bastante estoico el colombiano el haberse aguantado tanto.
Los delfines de Álvaro Uribe Vélez parece que
no nacieron para la política, pero si para los negocios, Martín Santos calienta
motores y Simón Gaviria se encuentra madurando en Harvard, igual Pastrana hijo.
Ni la izquierda que nunca ha gobernado este país, se salva del contagio, porque
ya Gustavo Petro entronizo su prospecto de delfín como candidato a la
Gobernación del Atlántico y Piedad Córdoba Ruiz intento con uno de sus hijos,
que resultó un fiasco. Existe un delfín muy particular y que nunca aspiro y
nunca pego: Mariano Ospina Hernández, hijo de Mariano Ospina Pérez, presidente
1948-1950, aquel de la histórica frase cuando asesinaron a Gaitán durante su
gobierno: “más vale un presidente muerto
que un presidente fugitivo” y el gran presidente Juan Manuel Santos, delfín
de su tío abuelo Eduardo Santos, presidente en 1942-1946. El mismo presidente
Duque, hijo de Iván Duque Escobar, Ministro de Minas de Belisario Betancourt,
Gobernador de Antioquia y Alcalde de Medellín, su hijo Iván califica como delfín,
hoy con poderoso padrino político que corono la Sub presidencia de Colombia.
¿Sera que no existen otros jóvenes en Colombia,
preparados académicamente y capaces de ejercer el poder, en igual o superior
condiciones de inteligencia que estos eternamente elegidos y privilegiados? El
delfinato perce, no es malo cuando existe mérito propio, pero en la política
Colombiana cada cual quiere posicionar su delfín con el único soporte del
recorrido político del padre, el tío o el abuelo.
Germán Peña Córdoba
Arquitecto Univalle