(Lucas 12,49-53)

Ser cristiano es exigente y hasta complejo,
pero, la garantía es que cuando el Señor se compromete con uno, va hasta el
final, ama hasta la cruz, concede su gracia hasta llevarnos a la gloria de la
santificación. Eso nos debe dar una serena paz en el corazón, pues, si el mundo
nos ofrece aparente paz, Cristo nos da la paz estable y duradera; si el mundo
nos plantea posibilidades de triunfos “muy humanos”, Cristo nos promete una
corona de gloria que se no marchita.
La división en una comunidad, como fruto del
antitestimonio, es un pecado grave porque es desdecir del ser cristiano, del
ser hijo de la Iglesia, pero, cuando la división sigue a un proceso de fe que
desenmascara el pecado de otros, la maldad que se mete en la vida y la
corrupción que anida en el corazón… esa división corresponde al obedecer
primero a Dios que a los hombres.
La división como fruto del pecado tiene que ser
rechazada de modo categórico y tajante, pues, es obra del enemigo y sólo busca
la ruina de la persona, de la familia, de la Iglesia y de la sociedad; una
sociedad se divide por dinero, por infidelidad, por mentira, por la droga, por
el alcohol, etc…
Cada creyente debe ser signo permanente de
unidad, pero, nunca, de acomodo al pecado o al vaivén de los gustos del mundo.
¡Señor, date prisa en socorrerme!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga