(Lucas
15, 1-32)
El capítulo 15 de San Lucas es una página de
oro para nuestra vida cristiana. Allí Jesús nos muestra como en una
radiografía, el corazón de nuestro Padre Celestial y nos deja ver con claridad
qué espera Él de nosotros.
La narración nos presenta tres parábolas: la
oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo… una narración magistral que
nos hace caer en la cuenta de cómo al Señor le interesa nuestra salvación,
nuestra santificación y jamás nuestra pérdida. El Señor nunca se cansa de
esperar que volvamos nuestro rostro hacia Él; siempre anhela “abrirnos la
puerta de su casa” para “cenar con Él”.
De verdad que esta palabra nos debe mover a
repensar nuestra vida y a darnos cuenta cómo cuando somos hijos desagradecidos
y obstinados en el pecado, estamos, sencillamente, derrochando nuestros bienes.
La vida es un tesoro tan grande que no podemos dilapidar en vicios y pecados
que, al final, sólo dejan el corazón vacío y sin alegría.
Un signo evidente de la presencia de Dios en la
vida de una persona es la alegría; y ésta es fruto del Espíritu Santo, por lo
tanto, quien de verdad deja que el Señor lo invada con su presencia amorosa,
experimentará la dicha de la transformación interior y el cambio necesario de
actitudes, pensamientos, palabras e intenciones.
El hijo regresó a casa y el Padre lo acogió y
le ofreció una fiesta; esa es la dicha de la Reconciliación… el hermano menor
criticó la actitud del Padre bondadoso; eso es lo propio de quien se siente
seguro y, por soberbia, cree que la conversión es para otros.
No seamos orgullosos… el Señor nos ofrece
tantos caminos para acercarnos a la santidad; uno de ellos es la Santa
Confesión… no desaprovechemos oportunidades de santidad.
¡Apiádate de nosotros, Tú que salvas a los
pecadores!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga