(Lucas
16, 1-13)
Un buen administrador no necesita que lo estén
vigilando para hacer bien lo que le han encomendado. Es muy clara la enseñanza
del Evangelio de este domingo: el que es fiel en lo poco lo es en lo mucho;
quien no es capaz de responder seriamente en cosas pequeñas, no puede recibir
grandes encargos.
Es justo pensar que cuando somos responsables
aún en lo más simple y sencillo, estamos construyendo lo más grande y valioso.
Las grandes obras de la humanidad han comenzado en pequeño y llegan a ser obras
monumentales; más aún, la misma obra de la creación es vivo ejemplo de ello:
millones de años de formación para que tengamos lo que el Señor nos ha confiado
y no hemos sabido administrar digna ni racionalmente.
El buen administrador siempre está buscando el
bien de otros; siempre gestiona para que el progrese beneficie a muchos; un mal
administrador busca su beneficio propio, la satisfacción de sus propios
intereses y el beneficio de sus “compinches”.
En una persona de fe se va entendiendo que la
administración nos obliga a pensar que sólo somos servidores y no “dueños”; que
estamos de paso, pero debemos pensar en las futuras generaciones. El derroche
no es de personas de fe.
Pensemos muy bien que el Evangelio nos pone en
alerta frente al dinero: éste se puede convertir en un “dios” que gobierna la
vida y se vive para “conseguir dinero, como sea”. Donde reina la avaricia, Dios
no tiene espacio.
¡El Señor no olvida jamás al pobre!
P. Rodrigo Gallego Trujillo
Párroco de la Catedral de Buga