Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.
Al escuchar al presidente que para prevenir la
expansión del Covid-19 el toque de queda se prolongaría hasta el 13 de abril,
pensó que ahora la cosa es para todos. No podré salir a jugar billar con los
amigos, dijo, ni el café estará abierto.
Decidido a paliar su encierro recurrió a los
viejos libros que no tocaba desde su jubilación. Encontró Cien años de soledad
e inició su lectura concentrado más en el encierro que en la historia del
coronel Aureliano Buendía. Pero al leer de largo el capítulo tercero se encargó
de relacionar lo que decía García Márquez con la realidad que vivía él y el
mundo entero. Cada vez que lo leía le encontraba más sentido a su contenido,
hasta dictaminar que Gabo escribió para prevenirnos sobre lo que podría ocurrir
con una peste. Leyó este capítulo tantas veces que casi lo repetía de memoria.
La peste del coronavirus no tiene que ver con
cualquiera, ataca a todos por igual. Una realidad que nos despojó de los
privilegios personales. “Visitación reconoció en esos ojos los síntomas de la
enfermedad cuya amenaza los había obligado, a ella y a su hermano, a
desterrarse para siempre de un reino milenario en el cual eran príncipes. Era
la peste del insomnio”, leyó, cerró el libro y quedó pensativo.
Las medidas preventivas fueron tomadas en la
mayoría de países para ese Macondo en que nos hemos convertido. Leyó lo
subrayado: “Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de
Macondo tenían que hacer sonar una campanita para que los enfermos supieran que
estaba sano. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues
no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las
cosas de comer y beber estaban contaminadas de insomnio”.
Dejó el libro sobre la mesa. Salió para la
cocina por una manzana, al morderla recordó que el aseo era la principal tarea
de prevención, entonces la lavó con agua y jabón. Esta última palabra lo llevó,
a su vez, a la necesidad de lavarse nuevamente sus manos. Releyó: “No se le
ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto
tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que
tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces
las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la
inscripción para identificarlas”.
Pensó que el tipo de noticias y la forma de
presentarlas han creado un miedo tan pegajoso que muchas noticias verdaderas no
se creen o se desacatan. Tarde que temprano vendrán las curas para esta plaga.
Veamos: “Le dio a beber a José Arcadio una sustancia de color apacible, y la
luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de
verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y
antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aún
antes de reconocer al recién llegado en un resplandor de alegría. Era
Melquíades”. Concluyó: ¡Todos los trabajadores de la salud son Melquíades!