…en estos días de “Desierto”
(Juan 11, 1-45)
“Jesús lloró” (Juan 11, 35)… “Jesús se conmovió” (Cf. Juan 11, 33)… ¡Cuánto nos dice esta
Palabra en esta hora singular de la historia de la humanidad!; es el Dios
cercano, muy cercano; ¡fraterno, muy fraterno que camina con nosotros! Es el
Señor de la vida que se compadece de nuestros sufrimientos y nos dice con la
fuerza de su Palabra resucitada y resucitadora: “Sal fuera…”; Él
es quien corre la loza pesada que impide el paso de la luz a nuestro corazón e
impide la circulación del aire de la vida en la conciencia. Jesús
resucitó a Lázaro y lo liberó de las vendas que lo tenía atado; Jesús permitió
que Lázaro viera la luz cuando fue retirado de su rostro el sudario que le
habían puesto. ¡Cuánta alegría debemos sentir de sabernos cerca del Señor!,
pues, como nos dice el texto de este domingo: “el Maestro está aquí y te llama”
(Juan 11, 28) y eso nos ha de
consolar pues no estamos solos y mucho menos en las circunstancias actuales
cuando vamos descubriendo que lo más importante y fundamental está en lo más
sublime y sencillo: Dios y el amor; el prójimo y la caridad fraterna; el
servicio y la donación de la propia vida. Es la hora de pensar con fuerza que
la fraternidad es uno de los pilares de la vida plenamente humana: “Jesús ama a
Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11,5) y esto nos indica que en el amor
fraternal hay una fuente de alegría inmensa. El Maestro está llamándonos a
descubrir que no es el dios dinero
quien satisface; no es el dios placer
quien trae felicidad… nada de eso… sólo en Dios descansa nuestra vida pues de
Él viene el verdadero consuelo en la existencia.
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“En aquel
tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu
amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la
muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro… Cuando
Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de
que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y
dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en
la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la
vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree
en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo
creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Jesús
sollozó… Jesús se echó a llorar… Dice Jesús: «Quiten la losa.» …gritó con voz
potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con
vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo
andar.»
¡Del Señor viene la
misericordia, la redención copiosa!
P. Rodrigo Gallego Trujillo,
Párroco de la Catedral san Pedro de Buga