Un texto de Guillermo Salazar Jiménez
Cumplí veinte días confinado. Camino con mi
esposa cuarenta minutos todas las mañanas en el jardín. Tiempo sin ver a otros.
Hablo con los cuatro árboles que lo rodean y con las orquídeas florecidas, que
ella protege. El coronavirus atacó la rutina, embolató el tiempo, no se trata
de cosa natural. Nació en China y pronto se hizo nativo del mundo.
Al pasar por su lado, olfateo las mandarinas
que cuelgan atentas a mi respiración. Pienso en la gente que incumple con los
ruegos de estar en casa. Para muchos nunca serán medidas naturales porque
necesitan de la calle para subsistir —vendedores ambulantes e informales que
invaden esquinas y avenidas—. Enfrentan la vida con la doble lucha, una por
conseguir clientes y otra por no contagiarse.
Regreso y percibo el otro árbol cargado de
naranjas. Brotan como las noticias sobre el aumento constante de los
contagiados y los muertos que frenan los pasos. Pensar en aquellas personas que
se ven obligados a salir a la calle, trastoca la rutina. En el fondo creo que
comparten el objetivo de enfrentar la Covid-19, salvo que ellos lo hacen desde
el sitio que las ciudades les ofrece para ganarse la vida. A su manera desafían
el virus, su salud deja de ser tan natural como la siento yo. Pienso en Bertolt
Brecht —poeta y dramaturgo alemán, creador del llamado teatro dialéctico—: “No
aceptes lo habitual como cosa natural./Porque en tiempos de desorden,/de confusión
organizada,/ de humanidad deshumanizada,/nada debe parecer natural./Nada debe
parecer imposible de cambiar”. De su poema No, algunos tratadistas lo titulan
No aceptes.
Jamás imaginé que una sola planta pudiera
alegrar la vida en encierro. Además de las cincuenta y siete flores, cuento
quince cogollos por reventar. Sus colores lila fuerte brillante y claro se
dejan adornar de dos ojos amarillos con blanco. Se trata de la orquídea Catleya
Trianae —la flor nacional desde 1936 según la Academia Nacional de Historia, en
honor del naturalista José Jerónimo Triana—. Su aroma suave hace creer que los
cambios futuros los podemos construir entre todos. Que Colombia no será igual,
que nuestra obligación con los nietos será dejarles una vida distinta a la de antes
del coronavirus. No podrán perpetuarse el frenesí con que destruimos la
naturaleza y la carrera loca por acumular riqueza sobre las necesidades de la
mayoría.
De nuevo Brecht recuerda la fuerza con que
debemos emprender un nuevo camino. En Elogio de la duda: Hete aquí que un día
coronó un hombre./Una cima inaccesible./Y un barco alcanzó el confín/Del mar
infinito./¡Hermoso gesto, sacudir la cabeza./Ante la indiscutible verdad!/¡Qué
valiente el médico./Que cura al enfermo desahuciado!/Pero la más hermosa de
todas las dudas,/la de los examines, la de los desesperados./Que levantan
cabeza./Y dejan de creer./En la fuerza de sus opresores.
Cumplidos los cuarenta minutos y antes de
iniciar los ejercicios de fortalecimiento, doy la vuelta por el árbol de limón
y regreso hasta el guayabo, donde vive la flor nacional.