(Juan 20, 19-31)
Bienaventurados los que crean sin haber visto. Jesús dice una realidad de la vida espiritual:
quien es de Dios experimenta su presencia, de modo muy
especial, a través de la paz que trae el Espíritu Santo y que viene a ser fruto
de la vida de oración, de la vida sacramental, particularmente, en el
sacramento del perdón o de la misericordia –la Confesión-, y del encuentro con la Palabra y el prójimo. No
puede existir la paz fuera de la persona, si no existe en el interior de la
persona misma; no se ama lo que no se conoce y no se habla de lo que no se
sabe; del mismo modo, no se puede ser pacífico y misericordioso si en la vida
interior no reina la presencia soberana, silenciosa y discreta del Señor, el
buen Dios que es Espíritu de Vida Nueva y “apaga
el fuego del rencor, odio y resentimiento”. Hablamos de misericordia
bastante, pero, más que discurso, es el estilo de vida propio de Jesús, según
lo vemos en el Evangelio: “vete y no
peques más”, “perdónalos porque no saben lo que hacen”, “ve y haz tú lo mismo”,
“bienaventurados los misericordiosos…”, “toma tu camilla y echa a andar” … Jesús no vino a juzgar, sino a salvar, pero,
la salvación exige de nuestra parte una respuesta seria, sincera, honesta,
coherente y sin ambigüedades. “Jesús en Ti confío.”
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"Al anochecer de aquel día, el primero de
la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo
esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz
a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban
el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». Tomás, uno de los
Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros
discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban
otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas
las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes». Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no
seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús
le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados
los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están
escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido
escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.
¡Den gracias al Señor porque es bueno, porque es
eterna su misericordia!
P. Rodrigo Gallego Trujillo,
Párroco de la Catedral san Pedro de Buga