A la tercera vez decidió contestar el celular,
era un mensaje de voz. Lo escuchó y pensó que la indisciplina no era solo de la
gente que se ve obligada a salir por el Coronavirus, a pesar de las
restricciones oficiales. La indisciplina es también del Estado.
A una pregunta de aquel mensaje verbal expresó
que indisciplinado -aquel que obra en
contra de lo que está mandado, o que no acepta una autoridad o una orden -,
es quien sale sin medidas preventivas; también cubre actuaciones de varios
gobernantes. A pesar de las medidas, unas válidas y otras discutibles, no
enfrentan la pobreza y la salud como servicio social –mandato constitucional –, tampoco acatan la autoridad primaria –los electores – que suplican atención. A
la indisciplina estatal, los marginados responden con indisciplina social.
Supuso que si bien los llamados indisciplinados
se exponen a enfermarse y contagiar a otros ciudadanos, son medidos por
prejuicios que casi siempre recaen en grupos sociales históricamente marcados
como pobres, desempleados, homosexuales, marginados, informales, campesinos.
Creo que también hacen parte del país, reflexionó, es decir a la sociedad en
donde, ciudadanos y gobierno, tienen la obligación de actuar de acuerdo con la
Constitución. Aquellos a exigir se cumpla y éste a aplicarla con equidad.
Al cavilar sobre la Constitución concluyó que
la forma de concebirla y aplicarla limita el significado de la democracia.
Recordó al maestro Estanislao Zuleta: “Democracia
es derecho a ser distinto, a desarrollar esa diferencia, a pelear por esa
diferencia, contra la idea de que la mayoría, porque simplemente ganó, puede
acallar a la minoría o al diferente.” -Educación y Democracia: un campo de
combate -.
Muchos dirán que el Estado no puede tolerar los
desmanes de los indisciplinados, pero el maestro Zuleta define bien nuestra
realidad: “Debilidad del Estado quiere
decir que el poder está focalizado en otros sectores -los gamonales de
provincia, los terratenientes, los gremios, los grupos armados, los
paramilitares, etc.- que desbordan al Estado y no se acogen a la ley estatal”.
Pensó que una educación comprometida se
constituye en el camino apropiado para construir la democracia. “Si la educación no enseña al hombre a luchar
por sí mismo, a criticase a sí mismo, a criticar a la sociedad en que vive, esa
educación es nefasta”. –Paulo Freire. Educación, disciplina y voluntad de
saber, 1988 -.
Continuó. Los llamados indisciplinados saben
que necesitan un empleo, que requieren servicios de salud y educación, que
precisan tierra para trabajarla; igual saben que tienen derecho a expresarse.
Estos saberes convertidos en problemas son el fondo de los brotes de
indisciplina social que necesitan ser resueltos.
Parecen ser germen de un proyecto nuevo para
superar las actuales condiciones de desigualdad. La disciplina estatal le exige
al presidente enfrentar tan abismal desigualdad, con las armas que la
Constitución le brinda, además de obligar a los indisciplinados a quedarse en
casa. Estoy de acuerdo con el maestro Zuleta: “hay dos cosas a las que nadie puede obligarnos: a pensar y a amar”.
Un texto de Guillermo Salazar Jiménez