Un texto de Guillermo Salazar Jiménez

Creo que si leer se convirtió en acción amiga
del confinamiento, escribir ayudó a mantenernos vivos, a pensar en los otros,
apreciar desconocidos y recordar olvidados. Las palabras hechas mensajes
derivaron en estrategia de compartir para derrotar la soledad.
Estudio lo que leo y pienso en su autor. Las
palabras, que en principio solo estaban en su cabeza, me llegaron con aquel
libro a través de hacerlas viajar hasta mis ojos. Los libros están gritando
salir de las bibliotecas para ayudar a paliar la cuarentena, no desean ser
amigos olvidados en las 1.400 bibliotecas de la red nacional, hasta hace poco
cerradas. La Cámara Colombiana del Libro reconoce solo 35 librerías
independientes —datos de 2014, no hay registros recientes—¸ lo que significa
una librería por 112.917 habitantes.
Triste realidad de un país que poco lee.
Recordé a Blas de Otero, En el principio: “Si
abrí los labios para ver el rostro /puro y terrible de mi patria, /si abrí los
labios hasta desgarrármelos, /me queda la palabra”. Con palabras se
hicieron realidad las horas y los días, con ellas se toleraron las semanas y
los meses del aislamiento: sin WhatsApp o Twitter, muchos no sabrían qué hacer
para sobrevivir.
Considero que las palabras vuelan con nuestra imaginación y construyen
mundos nuevos; desatan envidias y aúnan deseos. Incluso, muchas cambian con el
tiempo. Según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, en 1611,
decía que avión era un “pájaro conocido,
que por otro nombre se le llama vencejo”. O el mismo diccionario de 1726,
definió azafata como la dama que “guardaba
las alhajas y vestidos de la reina” —bbc.com—.
Entre las últimas 20 palabras nuevas aceptadas
por la Real Academia de la Lengua Española están Abracadabrante: muy
sorprendente y desconcertante. Amigovio: persona que mantiene con otra una
relación de menor compromiso formal que un noviazgo. Conflictuar: provocar un
conflicto en algo o en alguien. Descambizar: deshacer un cambio. Papichulo:
hombre que, por su atractivo físico, es objeto de deseo. Vagamundo: vagabundo.
Y obvio, Palabro: palabra rara o mal dicha.
En definitiva, el coronavirus permitió que, en
medio de la lejanía, nos acompañáramos por medio de las palabras, unas de
afecto o aflicción; otras de saludo o despedida, largas o cortas, como el poema
de ocho palabras del Argentino Juan Gelman: “Eres mi única palabra:/no sé tu nombre”.