Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.
La preocupación lo acompañó después de
levantarse. Cerró el libro y lo dejó sobre la mesa de la sala, para pensar de
nuevo sobre la causa de su desvelo: Bastó mirar los datos para comprender que
la epidemia –COVIT 19 –mata a pobres y ricos; trabajadores y desempleados.
Quizás la diferencia estuvo en la falta de atención apropiada, porque a esta
peste la acompaña un sistema social donde prima el negocio por encima de la
vida.
Cierto que las empresas de salud no entregan a
tiempo los recursos financieros, el personal médico se ve imposibilitado para
atender a los enfermos, colapsa el servicio y suman los muertos. Muchos mueren
no tanto por el virus o por la fatalidad de ser desempleado, sino por falta de
atención adecuada.
Miró el café servido, reflexionó sobre las
consecuencias de las epidemias. Por ejemplo, la peste negra o bubónica
contribuyó al paso del feudalismo al capitalismo, con el cambio de costumbres
en los campos y ciudades. La viruela, aliada de los conquistadores, arrasó con
nuestros indígenas, y de paso ayudó para que fueran robados sus tesoros y
mejores tierras e introducir economías de extracción agrícola y mineras. Ahora,
necesitamos liberar la salud de las zarpas del mercado, porque las medidas
gubernamentales le dan prioridad al capital y no a la salud, la cual sigue
siendo un negocio.
Detalló las nueve granillas maduras que decoran
uno de los cuadros, al óleo, que adornan la sala. Concluyó que el coronavirus
no afectará a todos por igual. Los dueños del dinero resienten la pérdida de
capital, pero será recuperado; los pequeños comerciantes y empleados informales
lo perdieron todo: su capital, salud, porvenir. Los desempleados pierden más,
porque la pobreza será su esperanza de vida. El coronavirus mostró otra
epidemia peor: la desigualdad.
Observó otro cuadro, donde los guaduales
parecen compartir el ruido de la lluvia, que sonó toda la mañana. Especuló
sobre la pobreza, como indicador clave de la desigualdad, es la epidemia a
vencer. Los enfermos y muertos son una realidad, pero pasada la cuarentena la
desigualdad crecerá, como otra epidemia, que podrá convertirse en virus
explosivo y sin control. Según El Espectador, el 15 de abril se presentó el
“Informe Latinoamericano de pobreza y desigualdad 2019”, donde afirma que
Colombia ocupó un rango de alta inequidad, medida por 19 indicadores, entre los
cuales están pobreza, nutrición infantil y analfabetismo.
Creyó que los guaduales eran vigilantes del
rio. ¿Por qué fue necesario esperar el coronavirus para tomar medidas a favor
de los pobres y de los desempleados? Se sintió abatido, pensó que la alta
informalidad –trabajadores sin acceso a beneficios de seguridad social -,
medida de la desigualdad, indica que nuestro país está enfermo, que padece una
epidemia social sin límite.
Recostado sobre el sofá pensó que la
desigualdad social no solo afecta las condiciones de vivir, también las de
morir. En esta epidemia, mientras unos mueren atendidos, con los medios
posibles de hospitales y clínicas; otros, los sin techo, penan a la buena de
Dios.