Un texto de Guillermo Salazar Jiménez
Esa mañana atendió 4 pacientes por teléfono. En
casa contrastó la realidad de los médicos que trabajan sin insumos para
proteger sus vidas, con las palabras del presidente sobre la promesa de cubrir
déficits acumulados. Pensó que las promesas, alejadas de la realidad, reflejan
la falta de acercar lo que desea con las necesidades que sufre el país que
dirige. Por ello, el sistema de salud colapsó, la falta de prevenir los males
denunciados desde que se discutió la Ley 100, hace 27 años, quedaron en palabras.
Mientras dejó los zapatos usados en la puerta
del apartamento, pensó que el presidente Duque heredó un sistema de salud
perverso y corrupto, pero tampoco ha resuelto los graves problemas denunciados.
¿Falta de voluntad política?, ¿compromiso con los dueños del sistema?,
¿incapacidad profesional?, concluyó: creo que a él y demás presidentes les
faltó prevenir. No era necesario esperar la epidemia para intentar resolver los
viejos problemas, incluso con medidas apresuradas e ilógicas.
‘Más vale prevenir que curar’, pensó, mientras
se despojaba de su ropa. Proverbio ajustado a nuestra realidad de contagiados y
muertos. Las medidas debieron tomarse hace mucho tiempo para evitar los
peligros de hospitales sin insumos y personal médico sin medios.
Los efectos del coronavirus trascendieron la
salud, consideró, la producción colapsó, el hambre y las desigualdades salieron
a flote. Múltiples denuncias desoídas, miles de tutelas desatendidas muestran
esa realidad de horror: improvisación.
Sentado en su cama, recién bañado, leyó, entre
sus apuntes, a Juan Pablo Fernández, quien escribió en 2011: “En este mar de
pus que es la Ley 100 el debate es continuar o no el modelo de salud vigente…
Las EPS sobran, no son necesarias”. Al año, Semana concluyó que “el vacío fundamental
que conlleva a todas las quejas de los usuarios y del personal asistencial como
los cortos tiempos de consulta, los tiempos de espera para las citas, el mal
pago y el abuso de algunas cooperativas de trabajo asociado, son consecuencia
de un vacío fundamental en la legislación”.
Para ampliar su apreciación ojeó lo escrito en
2012 por el decano de Medicina de la Universidad Industrial de Santander, Luis
Ángel Villar: “Hospitales públicos cerrados, enfermedades infecciosas que
resurgen, otras cuyos índices se disparan, despido de trabajadores, pálidas
campañas de vacunación, centros de investigación científica clausurados,
enfermos que deben resignarse a morir en sus casas son las nefastas
consecuencias de la Ley 100”.
Examinó la tesis doctoral laureada por la
Universidad de Antioquia titulada Los muertos de la Ley 100, de Jaime Gañán,
donde defiende: “La protección del derecho a la salud es ineficaz por las
restricciones que para su satisfacción derivan de la libertad económica, en su
dimensión de libertad de empresa”.
Para prevenir el posible contagio en la calle,
por fortuna, ese viernes 25 de abril, la vecina le prestó su carro para
desplazarse hasta la clínica. Otros héroes desconocidos que también merecen
aplausos.