
Las calles vacías impresionan y aterran, pero
tenemos algo positivo: el aire que se respira en un 40% es más puro, libre en
ese porcentaje de monóxido de Carbono. El máximo depredador - el Homo Sapiens-
se encuentra encerrado y la naturaleza se alegra y se regocija ante su anhelada
ausencia. Existen sitios en el globo terráqueo que algunas especies
consideradas extintas, han salido a hacer presencia y reclaman su territorio,
ante la anuncia de las personas sus mayores destructores. Los mares se ven más
azules, los ríos cristalinos y las montañas recuperaron su verdor.
Con el encierro, ya no existe entusiasmo para
ponerte, la ropa que compraste ayer o la ropa que más te gusta hoy, estrenar
los zapatos que adquiriste recientemente permanecen arrinconados en el olvido,
no te entusiasmas a realizar las actividades que te movían el espíritu, antes
que estos infaustos hechos nos atropellaran la vida. La apatía y el desánimo dominan.
Por más optimismo moderado que se le ponga a la situación, siempre llegamos al
mismo punto, es un callejón sin salida: prolongar la cuarentena surge como
paliativo. No nos podemos confiar, en la tal “Inmunidad de Rebaño” porque según algunos reputados científicos,
representa también riesgos considerables.
Ya todo es igual, lóbrego y vacío, no existe
diferencia entre los días, porque todos los días te levantas a no desarrollar
nada, sin horizonte y con la certeza, de que si sales de tu aislamiento, tu
cuerpo capturara el virus, con el fatal desenlace que este ocasiona y si pasas
de 60 años, píor la cosa.
¿Qué día es Hoy? Ya no vale la pregunta, porque
esto, es lo más parecido a una despedida. Una triste despedida, que solo lo
solucionara una vacuna segura y confiable, venga de donde venga, de la China o
de la Conchinchina.
German Peña Córdoba
Arquitecto- Univalle