Un texto de Guillermo
Salazar Jiménez
Lo imaginó que salió
de su oficina en la General Motors con su acostumbrada elegancia y utilizar una
limusina para transportarse hasta el auditorio. Supuso a Peter Drucker en la
presentación del libro La sociedad poscapitalista, que ahora hojeaba con motivo
del tiempo disponible por la cuarentena.
Por el coronavirus
sus clases debían ser virtuales, sin formación en Tic —Tecnologías de la
información y las comunicaciones—. Son herramientas de apoyo al trabajo
docente, pero nunca imaginó que la transferencia de la información, por las
Tic, revolucionaría la manera de pensar y actuar en las sociedades modernas y
transformaría la vida.
En la sociedad del
conocimiento —es el saber y no el capital el recurso clave—, las palabras innovación y espíritu
emprendedor dominaron el ámbito del trabajador, dijo aquel autor. Pensó que por
eso el decano habló de impulsar en los estudiantes “la creación, la gestión y la regulación de situaciones de aprendizaje”.
Concluyó que una cosa era mantener estas competencias en programas presenciales
y otra muy diferente lograrlas virtualmente.
Creyó que el reto
estaba dado y con sus estudiantes saldría adelante a pesar de que avanzar de
educación presencial a virtual requería más que ser optimistas. Detalló el
panorama grave presentado por el MEN. De 3.756 programas universitarios, 2015,
3.470 eran presenciales, es decir el 92 %. Solo 159 eran a distancia
tradicional, 5 %, y apenas 127, virtuales, 3%. Pensó que si él tenía
dificultades para cambiar a la modalidad virtual, los posibles perjudicados
serían sus alumnos.
La situación de los
universitarios colombianos se complicó con la necesidad de continuar las clases
por medios virtuales, porque la mayoría estudian presencial. En 2015 había
2.293.550 matriculados, el 85 % en programas presenciales, 12 % en programas a
distancia tradicional y solo el 3 % en virtuales. ¿Cómo y cuándo hacer que la mayoría de ese 85 %, 1.960.949
matriculados en programas presenciales, pasen a programas virtuales? Panorama
difícil para medirnos en esta situación, dijo, pero la realidad nos obliga a
trabajar por la educación futura.
Reflexionó sobre la
necesidad de la alfabetización científica como necesidad imperiosa del futuro
inmediato para maestros y estudiantes. Además de la obligatoria inversión en
aparatos tecnológicos, el cambio de mentalidad será la tarea pedagógica clave
pero complicada y de largo plazo. Por el coronavirus, partir de conocer y usar
las Tic, para cambiar nuestra manera de
pensar y enseñar, nos acerca a comprender que las metodologías estarán muy
ligadas a la informática.
Precisó que aquellas
competencias tienen el lindero pedagógico de “la libertad de expresión, el acceso universal a la información y al
conocimiento, el respeto a la diversidad cultural y lingüística, y una
educación de calidad para todos”, propuesto por Unesco.
Para creerse
optimista ante sus estudiantes recurrió a Neruda en No culpes a nadie: “Recuerda que cualquier momento es/bueno para
comenzar y que ninguno/es tan terrible para claudicar”.