Un texto de Guillermo Salazar Jiménez
Después de releer las medidas tomadas se creyó
cautivo de quienes decretaron la cuarentena. Establecieron la reclusión para
‘los abuelitos’. Otros decidieron por mí, pensó, no camino en la calle cuando
quiero, tampoco tomo café con mis amigos. Me negaron las visitas y los abrazos
de los hijos y nieto. Ya no soy yo, concluyó.
Con el
tiempo, su yo apacible dio paso a la crítica. Varias medidas le
parecieron apresuradas, casi dictatoriales. Buscó a Augusto Roa Bastos,
escritor paraguayo, que detalla al déspota de este país, como argumento
metafórico de otras figuras despiadadas de América Latina, sus crímenes y
miserias, en el libro Yo, el supremo —premio Cervantes 1989—.
Se vio agredido por las medidas sin sentido,
sintió que perdió la libertad hasta para salir con su esposa. Después de dormir
en la misma cama y sentarse a comer al lado de ella, solo puede salir uno por
familia. ¡Qué contradicción! Recordó la película y buscó el libro de Robert
Graves. Más que la historia gloriosa y
cruel de la Roma imperial, relatada en Yo, Claudio, le llamó la atención el
conflicto entre la libertad republicana —Claudio— y el orden y la estabilidad
imperial —Libia—.
Difiero con varias medidas de la clausura,
dijo, la paciencia tiene sus límites. ¿Confidencias, estrés, trauma? Pensó que
era conflicto. Dudó si las medidas para postergar la cuarentena fueron
dictaminadas mientras pasa la COVID-19 o se volverán permanentes, como pasó con
el 4 por mil. El trauma también es del nieto, solo puede salir media hora 3
veces semanal a jugar pero sin balón. Se preguntó: ¿Por qué no 45 minutos, lo
que dura un tiempo del partido?
La falta de abrazos y de conversar cara a cara
con familiares y amigos se convirtió en una pesadilla para su yo expresivo y
amigable. Consideró que no tiene comparación los 60 días con los 4 en que el
libro Ego y yo relata las novedades vividas por dos amigos, sin contar para
nada con ellas —Yolanda Regidor. Premio Jaen de novela 2014—.
Se vio en esa caricatura que muestra un abuelo
enjaulado. Su yo prisionero, que acepta sin protestar las normas impuestas: “Un
robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que sufra daño…”,
leyó parte del comentario del libro Yo, robot de Isaac Asimov, 2009. También se
vio como robot obediente de las leyes dispuestas por mentes mecanizadas u
obedientes a órdenes del mercado internacional.
Dispara,
yo ya estoy muerto. Encontró en este libro de Julia Navarro un reflejo de su
situación de encierro obligado; un desplazado por viejo. Leyó lo que dijo la
señora Miller: “Intentamos evaluar el estado de los desplazados, y si las
causas que han provocado el conflicto están en vía de solución, o cuánto puede
durar su situación, y si lo creemos conveniente instamos a los organismos
internacionales a que adopten medidas para paliar”…su sufrimiento.
Decidió dormir y dejar para después la lectura
del libro Yo soy Dios de Giogio Faletti.