Texto de Guillermo Salazar Jiménez
Terminó el ejercicio físico de todas las
mañanas, leyó esa tarde, como siempre, y decidió llamarme para hablar con
alguien, porque no aguantaba más la soledad en casa. Dijo que el miedo es su
compañía, parece que brotara de las noticias sobre muertos y contagiados.
La falta de un servicio de salud nos alertó
sobre lo frágiles que somos, reflexionó, por ello creo que este miedo anida en
la postración histórica y en la imposibilidad de ver un futuro distinto. El
miedo que amenaza mi cuerpo traspasó la mente. Después de una breve pausa lo
atendí: “Siento miedo por el desorden que
creo la COVID-19, por la falta de insumos y personal médico; es terror lo que
siento por la exclusión social o muerte social como lo leí. No es tanto la
posibilidad del contagio, es el miedo de la ausencia del aire para respirar que
ahoga a los moribundos”.
Dijo que lo disculpara por lo que decía, se
sentía seguro conmigo porque sabía escucharlo. Comentó sobre sus desvelos por
el futuro, por el modelo sanitario que lo hizo trizas el coronavirus, un nuevo
orden social desconocido lo asustaba. ¿Qué nueva democracia se avecina para
Colombia?, se preguntó. Sentía miedo por los niveles descontrolados de
corrupción e impunidad.
Escuché decirme que se encubren en la
corrupción y muertes de líderes sociales, protegidos por un sistema judicial
podrido, para gobernarnos con políticas de miedos como el temor al cambio
político y miedo de confiar en la capacidad de campesinos, trabajadores y
maestros para construir una Colombia diferente. Así, garantizan a los
empresarios mantener consumidores asustados, anhelantes y deprimidos que
enfrentan sus miedos a través del cruel consumo.
Imaginé aquel breve silencio de su voz por el
café. Sentí su respiración entrecortada por los sorbos, expuso que los dirigentes
políticos y educativos tenían la obligación de aplicar medidas para enfrentar
los miedos sociales. Y no de manera particular, porque se trata de un problema
global de los colombianos.
Las consecuencias de los miedos sociales las
sentiremos después de la vacuna, dijo, podría ser tema educativo durante la
pandemia, en el resto del año. Manifestó que sus miedos tienen mucho de
sugestión disfrazada de noticias programadas por la televisión y la prensa. En
la antigüedad el temor se dio por fábulas y mitos; después por el miedo de los
hombres a Dios, más tarde por el miedo a los otros generado por la guerra; en
seguida por el temor a la destrucción de la naturaleza y ahora por el terror de
la incertidumbre que genera la desigualdad en el mundo.
Creo que mis miedos afloraron en los ratos
libres de la lectura de El Castillo de Otranto de Horace Walpole, expresó,
considerado el iniciador del relato fantástico en la literatura. También Neruda
ayudó con su poema Tengo miedo: …”Se
muere el universo de una calma agonía/ sin la fiesta del sol o del crepúsculo
verde./ Agoniza Saturno como una pena mía,/la Tierra es una fruta negra que el
cielo muerde…”