Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.
Es cierto que el virus no discrimina entre
ricos y pobres. El problema discriminatorio se evidencia con el confinamiento,
porque no todos lo vivimos de igual manera. Algunos disfrutamos de casa donde
se camina y la nevera llena, para varios días; mientras que muchos tienen que
soportarlo sin alimentos y hacinados. Reflexión que lo llevó a considerar las
dificultades que enfrentan aquellos que no alcanzan a recibir las ayudas
prometidas. Les queda difícil participar del encierro porque con hambre no hay
medidas restrictivas que respeten.
Leyó en Elogio de la dificultad de Estanislao
Zuleta “…porque lo que el hombre teme por
encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se
refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de
combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto…” Pensó que la
angustia generalizada se da por la falta de comida, como necesidad primaria,
para después entusiasmarse a respetar las normas y amar el futuro prometido.
Agrega el maestro Zuleta: “El estudio de
la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una
de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el
terror de los medios que procurarán su conquista”.
La pandemia nos colocó al mismo nivel, de un
lado la meta de vencerla y de otro el terror del contagio. Creyó que la
pandemia recordó a los que protestan, de ellos también dependemos para seguir
vivos, a pesar de las desigualdades sociales. Ya no solo son sobrevivientes, también
definen nuestra posibilidad de vivir sanos. Supuso que por ello se aplauden las
dádivas tipo ingreso solidario o Colombia mayor; pero ser solidario va más
allá. La solidaridad es realidad humana, porque está definida por una relación,
condición necesaria de nuestra existencia con los otros, de vivir libre con y
por los demás.
La solidaridad social afecta la individual,
caviló, necesitamos de instituciones públicas de salud, distantes de la
exclusiva lógica de la rentabilidad, para que la pandemia sea herramienta de
construcción democrática. Concluyó que mantener las desigualdades extremas y
atención precaria en salud harán de la pandemia una vida de sobrevivencia. Lo
contrario implicaría que la vida después de la cuarentena merezca ser vivida
apartada de la lógica del mercado y las ganancias.
La Covid-19 puso de presente que la muerte no
es democrática, depende del estatus social. Cierto que la pandemia es un
problema de salud, también social. Pensó que el teletrabajo no lo pueden
ejercer los obreros de las fábricas, los celadores, las empleadas domésticas o
los recicladores; los que recogen las basuras, venden en las esquinas o en los
semáforos.
Después de la pandemia la vida en comunidad
dependerá del bienestar colectivo, porque no será posible la existencia
individual, sino el destino comunitario. Acierta Pablo Neruda en Las furias y
las penas, “En el fondo del pecho estamos
juntos,/en el cañaveral del pecho recorremos/un verano de tigres”.