Un texto de Guillermo Salazar Jiménez.
“Lo
escuché en la televisión sobre el número de contagiados y muertos. ¿Por qué no
muestra datos sobre el alto número de líderes sociales asesinados”?. Carlos
miró a Sofía, también profesora. Sofía comentó que el presidente representa
otros intereses, poco apoya a los amigos de la paz, a los defensores de la
tierra y a los que exigen salud, educación y trabajo dignos.
Después de las clases virtuales, ambos se
reunían a conversar y cantar acompañados de guitarra. La epidemia opacó otras
noticias, dijo Carlos, leí en Semana que desde la firma de los Acuerdos de Paz,
en 2016, hasta julio 15 de 2020, asesinaron 971 líderes y personas defensoras
de los derechos humanos. ¡Indigno!.
Sofía consideró que la falta de respeto por la
vida es otra explosiva epidemia para debatir, reconocernos en guerra sería el
primer paso. William Ospina lo propone en El Espectador cuando advierte “No borrar las diferencias, pero saberlas
gestionar; no anular los desacuerdos, pero saberlos debatir; no eludir los
conflictos, pero resolverlos de un modo creativo”.
Leí Colombia: Violencia y Democracia, del
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, acotó Carlos.
Desde 1987, hace 33 años, el IEPRI, de la Universidad Nacional, indicó en el
libro que la paz será imposible “si no
hay una política económica que alivie la situación de los sectores más
desprotegidos de la población”. Inaudito ser incapaces de crear un ambiente
para expresar las diferencias económicas y políticas por la vía del consenso.
¿Otro Acuerdo?
Buena pregunta, dijo Sofía, agregó: hecho el
Acuerdo, desatada la violencia. La historia lo dice y el Estado desatiende los
hechos violentos; increíble que no aprenda de la realidad, prefiere dar ejemplo
de impunidad y barbarie. Niega que el exterminio es sistemático, yo afirmo que
sí, también es selectivo y político. Impresionante, porque los asesinados
denuncian iguales problemas, exigen las mismas soluciones y lideran a
organizaciones comunitarias en barrios pobres o pueblos olvidados.
Carlos invitó a un café. Trajo dos pocillos, el
de agua aromática para Sofía. Se sentó y aclaró que otro asunto grave es la
polarización a la que nos enfrentan desde la conquista. Insólito no
comprenderlo cuando afirman que ellos son los buenos y defienden al país de los
malos. Prolongan la guerra con el cuento de cuán violentos son los otros;
aquellos diablos que protestan y luchan por los derechos de los colombianos.
Manipularon nuestra voluntad para mantener una guerra que los líderes sociales
rechazan.
Por defender nuestros derechos, el exterminio
de los líderes sociales es también una guerra contra nosotros, agregó Sofía.
Como maestros tenemos la obligación de entenderlo así para después hablar con
los estudiantes. Escuche lo que escribió el maestro Eugenio Arellano en su
bambuco Hay que sacar al diablo: “Que
suenen explosiones de inteligencia/ Sobre el herido vientre de mi país/ Que el
pueblo, desde niño, tome conciencia/ Que la violencia no lleva a un fin/ Aunque
ya se haya dicho, hay que repetirlo,/ Hay que parar la guerra con la canción”