Texto de Guillermo Salazar Jiménez
El pasado 25 de noviembre, con motivo de la muerte de Diego Maradona, reviví la humillante derrota contra Ecuador y la recordé como una afrenta de los jugadores, sin alma ni pundonor deportivo, contra los aficionados al fútbol. En Yo soy el Diego de la gente, Maradona afirma que “Yo quisiera que todo esto que digo se hiciera carne en los chicos del fútbol. Me encantaría ponerme al frente de los juveniles y decirles: “¿Vos venís de Rosario, pibe? Vení como sea, en tren, en colectivo, a dedo... Pero vení, después vemos. Jugate por la selección, que así te estás jugando por tu gente”.
Vi por los canales deportivos repetición del poder de su zurda maravillosa, escuché mensajes de diferentes personalidades del mundo reconociendo sus condiciones en las canchas, y palabras de reproche por su comportamiento fuera de los estadios, pero vale reconocer sus cualidades de líder, lo que nos falta en la selección Colombia. El amor por la selección, como dicen muchos jugadores, empieza por el respeto a la camiseta y demostrarlo con la actitud para correr, defender y atacar. Incluso para reconocer problemas entre jugadores, cuerpo técnico y directivo porque un líder “no teme enfrentar, no teme oír, no teme el desvelamiento del mundo. No teme el encuentro con el pueblo” —Paulo Freire en Pedagogía del oprimido—.
Recordé a Maradona como líder, su ascenso a la gloria y declinación trágica como los gladiadores. Un luchador con la camiseta de la selección Argentina que lo hizo diferente a los demás jugadores, feliz, atrevido, arrogante, héroe, en el mundial juvenil de 1979 y el de mayores en México 1986. Nació para serlo pero se hizo líder por su aptitud con la pelota y por su compromiso con el fútbol, demostrado en los equipos donde triunfó: Boca, Barcelona, Sevilla, Newell´s y Nápoles, donde lo consideran el moderno patrono de la ciudad, San Jenaro aquel obispo mártir de la iglesia católica.
“Pero en algo no cambié ni me contradije: cuando me decidí a jugarme por una causa, lo hice y lo di todo,…me doy cuenta de que ser feliz es hacer felices a los demás”, repitió Maradona con palabras que hoy resuenan al evocar la forma tan desapacible como perdimos contra Uruguay y Ecuador, sin asomo de liderazgo por parte de los jugadores.
El liderazgo de Maradona impresiona por su
personalidad cimentada en la pobreza que vivió de niño y la gloria de adulto
que lo llevó a sentirse admirado sin límites. Los argentinos lloran sus
gambetas y goles imposibles y los futbolistas extrañan la confianza con la cual
se hacía responsable de ganar, de pensar por sí mismo, de creer en los
compañeros y de ser parte activa del mundo del fútbol. De Humano, demasiado
humano, podríamos tomar la definición del coraje de Maradona, cuando Nietzsche
afirma que “no solo se ataca por hacer
daño a alguno, por vencerle, sino a veces por el mero deseo de adquirir
conciencia de la propia fuerza”.