Texto de Guillermo Salazar Jiménez
Por la expansión de la pandemia aparecieron los toques de queda y, las noticias sobre muertos y contagiados, lo convencieron que la Covid-19 no respetaba clase social. Resintió la pérdida de padres y hermanos de varias familias y se interrogó si entre los colegios públicos y los privados tal pérdida era en igual proporción. Se respondió que no. Los pobres que asisten a instituciones oficiales comportan desigualdades marcadas frente a los que concurren a las privadas.
Leyó el informe La crisis de la desigualdad publicado en 2020 por el BID para reafirmar su respuesta. Desigualdades de todo tipo que los pobres sufren desde antes de nacer, “no es una condena del destino, manifestó, se trata de la opresión a que son expuestos”, porque la ausencia de oportunidades para vivir dignamente se traduce en brechas insalvables para el ingreso. Peor aún, las desigualdades educativas los condenan a un negro futuro.
Dice aquel informe, en la página 171, que las diferencias en habilidades matemáticas y de lectura, en niños de tercer grado, son tan grandes que los niños de contextos socioeconómicos altos superan en 1.5 años a los pobres. “Cuando los niños tienen 15 años la brecha es aún mayor y representa más de dos años del progreso natural de un alumno normal”. Tiempo perdido que resulta irrecuperable en la posibilidad de aprender.
Basado en su experiencia como docente, confirmó que la vida entre alumnos pobres y pudientes está desconectada, pues viven en barrios diferentes, trabajan en empleos distintos y, cuando éstos enferman, tienen los recursos propios para pagar enfermedades y tratamientos. Y con la COVID-19 afloraron con mayor proporción tales desigualdades.
Como los pobres resienten la falta de medios tecnológicos y la ausencia de internet para enfrentar la enseñanza virtual, la pandemia no solo atrasó su actual aprendizaje, sino que la brecha, frente a sus pares ricos, los condenará a que aumente con la alternancia presencial. Si los niños penan, los jóvenes peor, basta leer aquel informe: “la cobertura es incluso más pronunciado en la educación terciaria y aumenta de menos del 20% para los jóvenes entre los 18 y los 24 años de ingresos bajos al 60% para los jóvenes de ingresos altos”.
Profesionales y altos ejecutivos recurren a compañeros de estudio para conservar la amistad y crear redes de trabajo oneroso. Los pobres, en cambio, transitan un camino tortuoso y difícil. “Invisible en la historia más lejana, /olvidada en la historia más reciente”, dice Jenny Londoño en su poema Vengo desde el ayer.
Las
lecciones que deja la pandemia obligan a tomar medidas apropiadas para impedir
que tales desigualdades generen consecuencias peores que las vividas por la
guerra. El gobierno tiene la responsabilidad de implementar las oportunas y las
instituciones educativas la tarea de ofrecer alternativas de cambio. Remata
Jenny: “Y un día me dolí de mis angustias, / un día me cansé de mis trajines,
/ abandoné el desierto y el océano, / bajé de la montaña, / atravesé las selvas
y confines/ y convertí mi voz dulce y tranquila/ en bocina del viento”.